viernes, 27 de julio de 2012

LA COMUNICACIÓN INTERNA EN EL PRESTIGIOSO BANCO ‘LOS PREVISORES DEL MAÑANA’ (PARTE I)

27 de julio de 2012.-


"ATRACO A LAS TRES"

¿Qué ha podido suceder para que los propios empleados de una entidad prestigiosísima, como lo es el banco Los Previsores del Mañana, hayan sucumbido a tamaña chaladura? ¿Qué abominable ofensa han debido de sufrir a manos de la empresa para urdir un proyecto tan descabellado? ¿Cómo el señor Galindo, contable ejemplar y abnegado, ha logrado socavar la honestidad del personal de esta céntrica sucursal hasta el extremo de persuadirles de la bondad de su ilícito plan? ¿Creerá usted que mañana mismo, a las tres en punto, esta oficina de Los Previsores del Mañana será atracada por sus propios empleados?

El director de cine José María Forqué y los guionistas Salvia, Masó y Coello concibieron en 1962 la fabulosa historia de un grupo de empleados de banca que, hastiados de la insensibilidad de la entidad que les emplea, deciden, en un rapto de lucidez, asaltar la sucursal para la que trabajan. “Atraco a las tres” constituye un acabado ejemplo de cómo la insatisfacción del personal al servicio de una organización puede atraer sobre ésta consecuencias funestas y convertir a un cielo de hombre como Galindo (José Luis López Vázquez) en un avieso y pérfido criminal. Una transformación en todo caso predecible cuando se niega el pago de las horas extraordinarias.

Un nuevo modelo de comunicación interna (“A los pies de su señora, señor director general”)
Los Previsores del Mañana es un banco a la vieja usanza cuyo lema “Ahorro, seguridad en tu vejez” constituye el norte y guía de sus actividades al servicio del bienestar de la comunidad. Corren los años 60 por lo que, como resulta fácil de comprender, el consejo de dirección de esta notable sociedad financiera se ve privado de los beneficios que para su administración proporcionaría la utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación. Todavía falta medio siglo para que algo así sea posible. A la espera de que transcurran estas cinco décadas, atienda a los detalles. A poco que sea usted un mediano observador advertirá que este banco tiene mal remedio. Basta detenerse en el rostro ceniciento del señor director general (José María Caffarell), en la adustez de su atuendo y en el tono sentencioso e imperativo de sus recomendaciones, manifestaciones todas ellas de su carácter hosco e irritable y, lo que es peor, de las inclinaciones autoritarias de la entidad para la que presta sus servicios, entre otros dignos empleados, la bellísima señorita Enriqueta (Gracita Morales). Los Previsores del Mañana precisa, de manera urgente, un nuevo modelo de comunicación interna.

Adhesión a los objetivos de la organización (Don Prudencio, contra la molicie)
Toda organización que se precie de eficaz deberá favorecer la implicación de su personal en la satisfacción de los objetivos que definen su naturaleza. La dirección está obligada a alentar la iniciativa individual, autonomía ligada a la conciencia del sujeto de estar cumpliendo una labor valiosa, de obtener una compensación justa por su empeño y de sentirse partícipe de los principios sobre los que se funda el proyecto que animó el nacimiento de la organización. ¿Concurren todos estos valores en Los Previsores del Mañana? Veámoslo.

El nuevo director Don Prudencio (Manuel Díaz González) aprovecha su carácter agrio para ejecutar la que debe de estimar es su labor en la sucursal: imponer a la plantilla una dura disciplina que pasa por la obediencia ciega a las directrices de lo que, con inquietante acento, llama “la superioridad”. Don Prudencio acaba de suceder en el cargo a Don Felipe (José Orjas), un anciano afable y bien considerado por la plantilla, razones que con toda seguridad son la causa de su destitución.

La marcha de Don Felipe reafirma a Don Prudencio en su convicción de que lo que el consejo espera de él es mano dura, clientes adinerados y una contabilidad primorosamente detallada. “En esta oficina hay mucha molicie –advierte al personal nada más tomar posesión del cargo- Dentro de poco van a ir todos más derechos que una vela”. La plantilla se limita a rumiar la injusticia cometida con Don Felipe, y no parece, precisamente, que una amenaza de este calibre la anime a trabajar con denuedo por el engrandecimiento del mérito y la honra de Los Previsores del Mañana. Antes al contrario, el banco acaba de ganarse en la persona del ofendido señor Galindo a un poderoso enemigo…

Fomento de la iniciativa individual (¿Dónde están mis nueve céntimos?)
La plantilla de Los Previsores del Mañana no es muy numerosa. Bajo la férula de Don Prudencio consumen sus días en la sucursal Fernando Galindo, encargado de cuentas corrientes, Benítez (Manuel Alexandre), Cordero (Agustín González), la señorita Enriqueta, Castrillo (Alfredo Landa) y Martínez, el conserje (Cassen). No consta, a ciencia cierta, que los empleados conozcan exactamente qué es lo que espera de ellos la dirección, más allá de su obligación de cuadrar las cuentas, atender a los clientes y permanecer en la oficina de ocho a cuatro (“De las ocho de la mañana a las cuatro de la tarde su tiempo pertenece al banco”, les recuerda Don Prudencio).

Que el consejo de dirección de Los Previsores del Mañana no alberga intención alguna de promover entre sus empleados acciones nacidas de la propia iniciativa lo sabe bien el señor Galindo. Horas antes de que iluminase la feliz idea de atracar el banco, el encargado de cuentas corrientes había pasado la noche en vela encerrado en la sucursal a la búsqueda de un descuadre de nueve céntimos en la cuenta de uno de los clientes. “No tiene derecho a horas extra. ¿Acaso se le pidió que se quedara? Lo hizo por su cuenta”, le advierte el cenizo de Don Prudencio.

¿Participación? ¿Conocimiento de la misión que la organización espera que cumplan? ¿Espacio a la iniciativa individual? ¿Esfuerzo debidamente compensado? No, no parece que la política de comunicación interna de la empresa se encamine en la dirección apropiada.

Participación y coherencia (Galindo tiene un plan) 
Galindo y compañía no esperan nada de su jefe. Saben que es un cafre de maneras undosas cuyo único propósito es el de subyugarles mediante la exigencia del cumplimiento estricto de los designios de la dirección. Y ni tan siquiera se sorprenden, ahormados por la costumbre, ante la incoherencia manifiesta de Don Prudencio, tan enérgico con sus subalternos como servil con el señor director general. “¡Qué visita tan agradable! ¡Tiene usted tan buen aspecto siempre! Le tengo en mis oraciones”, adula entre cabezazos reverenciales al director general en una de sus visitas. ¿Quién puede sentir respeto por un jefe así?

¡Qué distinto a Don Felipe, que nunca les negó un permiso, un anticipo! “Y cuando llegábamos tarde siempre se tragaba el cuento que le contábamos”, recuerda melancólica la señorita Enriqueta con su vocecilla cantarina.

Seguro que Galindo imagina cada noche, insomne en el dormitorio del apartamento que comparte con su hermana (Lola Gaos) y su pastor alemán, que las cosas bien podrían organizarse de otro modo. ¡Si se diera más protagonismo a los empleados! ¡Si se atendieran sus sugerencias! ¡Si se les facilitara una razón para adoptar como propios los intereses del banco! ¡Si no se persiguieran las conversaciones de pasillo y café como ataques concebidos para subvertir el orden establecido! No hay modo.

Pero para restituir la justicia allí de donde ésta ha huido, el abnegado responsable del departamento de cuentas corrientes tiene un plan.

 (...) ...Continuará...

Por ANSELMO FRANCISCO CABALLERO PÉREZ

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